Sobre el Buen Gobierno y la Libertad

Primero de Una Serie

(I) El Problema

 

Por: Alberto Luzárraga

 

“Sus enemigos tradicionales son el síndrome del que me den y el engaño del que te doy”

 

 

Vivimos en una época donde a diario vemos el derrumbe del modelo político-económico que ha cautivado la mente de incontables ‘reformadores’ durante el siglo 20. Nos referimos claro está, al modelo colectivista-estado omnipotente en sus diversas modalidades, desde el comunismo totalitario y su primo hermano el fascismo, hasta el llamado socialismo democrático, hermano menor que supuestamente mantiene las libertades cívicas hasta que las asfixia con regulaciones interminables.

 

En todos los casos se observa el mismo común denominador:

 

Un estado controlador, tiránico y entrometido que intenta controlar la economía, los servicios, y hasta las decisiones más íntimas de la vida incluyendo el número de hijos a engendrar. Para obtener el control de la población el estado crea burocracias enormes y muy costosas que justifica haciendo alusión a servicios ‘gratis’ que va a prestar.

 

El objetivo es crear la dependencia en ‘papá gobierno’ y facilitar así el control político. Simplemente dicho: Quien depende de otro para casi todo, políticamente, no puede hacer otra cosa que doblar la cabeza. Son víctimas del síndrome del que me den y el engaño del que te doy.

 

Afortunadamente el modelo está en crisis. El comunismo absoluto resultó brutalmente ineficiente y sanguinario y solo eficiente en el matar. Cayó por su propio peso.

Su hermano menor el socialismo democrático se está destruyendo por razones similares: Engaña porque el ‘que te doy’ sale del mismo pueblo que pretende ‘que le den’ ya que el estado no produce nada simplemente reparte lo que hay después de tomar para la clase dirigente la parte que le parece conveniente.

 

Ese estado no asesina pero complica la vida en tal forma y crea burocracias tan absurdas que no es posible mantenerlas con los impuestos que paga la población activa. En definitiva se crean déficits presupuestarios enormes y deuda pública insostenible. Y lentamente destruye las libertades cívicas en forma sutil pues todas sus imposiciones se nos dice que son ‘por nuestro bien’, determinado claro está por la clase dirigente y sus socios comerciales. Es el resultado de la concentración del poder en una clase improductiva que cuando le conviene da contratos públicos a productores seleccionados que a su vez ‘premian’ su selección, con sobornos, y contribuciones para las campañas políticas a fin de perpetuar en el poder a sus amigos.

 

Con esos antecedentes y fracasos diseminados por todo el mundo (hasta la Cuba castrista al despedir al 20% de sus empleados admite el fracaso) vale preguntar: ¿Cómo crear un buen gobierno y mantenerlo?

 

Hay un excelente ejemplo que ha perdurado por 200 años aunque hoy en día se encuentre también bajo ataque y en crisis parcial. Naturalmente hablamos de la república americana, cuya organización política hasta ahora ha impedido que el socialismo democrático la absorba por completo.

 

La razón es la claridad de pensamiento de los fundadores de la república americana que hizo de su constitución un documento enfocado a limitar el poder. Atacaron así un problema clásico bien definido por James Madison quien nos legó un concepto claro: Si los hombres fueran ángeles no necesitarían gobierno. Como no lo son y el gobierno será también de hombres es preciso controlarlo y ponerle límites.

 

En esencia la división de poderes en una república consiste en una cosa: Evitar que se concentre el poder en un hombre y su camarilla.

 

Es problema tan antiguo como el ser humano. Los métodos usados para concentrar el poder total o ascender a él son siempre los mismos: La fuerza, las alianzas inescrupulosas, la repartición de prebendas y riquezas entre la camarilla reinante y sus amigos para asegurar su fidelidad, y eventualmente o de inicio, (según el grado de colectivismo) la creación de un aparato represivo que mantenga la sumisión del pueblo y de la camarilla. Pero falta uno muy importante:

 

La demagogia. Esta se utiliza para ascender al poder cuando los aspirantes a tiranos aún no cuentan con medios represivos o riquezas abundantes que repartir. Y se usa también una vez encumbrado el tirano para mantener confundidas a las masas.

 

Es aquí donde opera el síndrome del que me den y el engaño del que te doy. Prometer de todo es fácil, y si se dice que lo paga otro es atractivo pues la fragilidad humana es igual a través de los siglos. La palabra demagogia proviene del griego demos, pueblo y agein, dirigir. El diccionario de la Academia tiene dos acepciones: -

1-Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular.

2. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.

El método es la retórica. En la antigua Grecia demagogia equivalía a decir gobierno dictatorial con apoyo popular. El apoyo se consigue con la palabra encendida y la oratoria que halaga, promete riquezas a las masas y castigo a malhechores reales o imaginarios. La definición del diccionario es exacta y explica como se engendran las tiranías más perniciosas y duraderas. Son las que nacen con apoyo popular y degeneran en totalitarismo.

En efecto, el totalitarismo del siglo XX nació de la revolución rusa, y sus engendros, el fascismo, el nacional socialismo, el castrismo en Cuba, y muchos otros son productos de movimientos populares explotados por un demagogo, ducho en la retórica populista, que en sí no es arte difícil de dominar si el ‘artista’ carece por completo de escrúpulos y cuenta con un ego desbordado.

Todos empezaron con el ‘que me den’ para reparar injusticias reales o imaginarias y con las promesas del ‘que te doy’ usualmente proveniente de despojar a los ricos. Cuando se acaban los ricos se empieza a despojar a los pobres que siempre son más.

El final es también siempre igual: Nueva concentración de riqueza esta vez en una nueva clase pero acompañada de miseria, porque los nuevos ricos totalitarios no están interesados en crear riqueza sino en mantener el poder. Para ellos la pobreza es un medio efectivo de mantener la sumisión y premiarla con poca cosa.

Los constituyentes americanos eran hombres cultos y sabían de historia. Conocían que la república ateniense sufrió demagogos, y que la romana también, aparte de que además tenían un ejemplo a la vista: La revolución francesa, que en nombre de la libertad y la fraternidad cortaba cabezas con desenfreno. No echaron en saco roto el ejemplo e intentaron crear un sistema de frenos y contrapesos entre los poderes, de modo que ninguno pudiese avasallar a los otros.

Y además su filosofía estaba permeada de un concepto que no expresaron en los términos que siguen pero que estimamos son correctos: “El estado es para el hombre y no el hombre para el estado”.

El ‘Bill of Rights’ americano es precisamente la concreción de ese pensamiento que siempre ha acompañado a la libertad. Tampoco es nuevo, existió siempre en la sociedad en alguna forma pues al poder real siempre se intentó contenerlo bien por la Carta Magna, los fueros de Vizcaya o de Aragón y muchas otras concepciones medievales o anteriores que abundan en la historia.

La dignidad del individuo es lo que se defendía y fórmulas como aquella del Señorío de Vizcaya que apostrofaba al rey después de que éste jurase los fueros locales lo expresan bien: “Sabed Señor que cada uno de nos vale tanto como vos y todos juntos valemos mas que vos.”

Esa dignidad requiere un gobierno que sirva, no uno que explote, requiere virtud en la ciudadanía para que de ella salgan clases dirigentes conscientes del valor de una gestión honrada de gobierno, del valor inestimable de una profesión honrada de servicio público o sea la antítesis de subir para robar y aprovechar.

Esa virtud ciudadana es la que engendra una ciudadanía convencida de que las libertades civiles solo se mantienen si se cuidan y si se exige a los gobernantes que cumplan con su función, castigando a los que malversen y honrando a los que cumplan. La[al1]  impunidad es el cáncer de un gobierno representativo. La envidia que se niega a reconocer la virtud, el resentimiento, y la codicia son sus caldos de cultivo.

El sistema americano ha sido imitado en muchas constituciones y algunas son técnicamente mejores pero el punto clave es el anterior: El compromiso de la población con la libertad y la decisión de mantenerla y no dejarse avasallar ni sobornar por los políticos.

Hasta aquí la historia, que hoy en día se complica exponencialmente. El mundo cuenta con 7,000 millones de habitantes, la mayoría sumidos en la pobreza., que claman por servicios y atenciones.

Nunca han tenido los demagogos terreno más fértil y mejores oportunidades de escalar el poder porque a diferencia de la antigua Grecia no es preciso congregar a multitudes en la plaza pública, los medios de comunicación hacen eso en forma masiva, repetitiva y constante, es decir 24 horas al día.

Por ello el totalitarismo moderno es tan peligroso y difícil de extirpar. Ha aprendido a manipular magistralmente y recurre a la fuerza solo cuando la manipulación no mantiene sumisa a la que siempre es una relativamente pequeña parte de la población. De hecho, puede asfixiar la mente con dosis letales de propaganda diaria que generan sumisión y pasividad resignada.

¿Cómo hacerle frente a estos problemas? ¿Cómo limpiar las mentes del lastre totalitario? ¿Cómo organizar el estado para que sirva y no avasalle?

Intentaremos hacerlo en los próximos artículos.                          

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 [al1]impunidad