EL COMIENZO DE UN
FIN
Resumen: A pocos días de cumplir 80 años comenzó el ocaso de la vida del presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz. Tras una hemorragia intestinal delega sus poderes políticos y militares. Así, resulta factible considerar que Raúl Castro pueda llegar a ser presidente, no por encargo de su hermano sino por sus propias capacidades. Al promover la transición económica, aumentará las probabilidades de una eventual apertura política. Jorge I. Domínguez * Foreigns Affairs Magazine Infosearch: Máximo Tomás Dept. de Investigaciones La Nueva Cuba Octubre 11, 2006
Pocos días después de
la celebración pública del 53 aniversario de su entrada en el panteón
histórico de Cuba, mediante el ataque que encabezó contra el cuartel
Moncada el 26 de julio de 1953, y a pocos días de cumplir 80 años,
comenzó el ocaso de la vida del presidente del Consejo de Estado de la
República de Cuba, Fidel Castro Ruz. Tras una hemorragia intestinal
delega sus poderes políticos y militares.
En el momento en que
escribo, no sé cuál es su estado de salud. Según los partes oficiales,
se recupera. Su educación en colegio de jesuitas quizás le permita
pensar en su resurrección una y otra vez: después del Moncada, después
del naufragio del barco Granma (que inició por accidente la guerra
revolucionaria), después de la victoria asombrosa en Playa Girón,
después de la crisis de octubre de 1962, después de...
Fidel Castro hace
rato dejó de ser meramente parte de la historia, y se convirtió en un
mito mundialmente compartido de la segunda mitad del siglo XX. ¿Quién no
reconoce su foto? ¿Quién no le reconoce como un descendiente lineal de
Don Quijote que se enfrenta a gigantes? ¿Y, quién, aún, en su Buró
Político, en su Consejo de Ministros, en su equipo personal, no sabe que
esos gigantes fueron a veces imaginarios, a veces molinos de viento?
Honrar honra: frase
noble de José Martí que ingresó al vocabulario cultural cubano hace más
de un siglo. Honremos, pues, a Fidel Castro mientras observamos el sol
poniente de su vida, no sólo quienes lo apoyaron, sino también quien,
como yo, no lo hicimos. Él fue el transformador de un pueblo en una
nación; quien modernizó decisivamente esa sociedad; quien mejor entendió
que los cubanos querían "ser gente," no sólo apéndices de Estados
Unidos. Fue él quien comprendió que ese pueblo hipocondríaco requería
más médicos y enfermeros por centímetro cuadrado que cualquier otro en
la faz de la tierra. Fue él el arquitecto de una política de inversión
en capital humano, que convierte a los niños cubanos en los campeones
olímpicos de la educación latinoamericana y que, por tanto, permite
vislumbrar un mejor futuro para Cuba. Fue el diseñador de una política
que permite a los cubanos de todas las características raciales tener
acceso a la salud pública, a la educación, a la dignidad que le
corresponde a todo ser humano, al derecho a pensar que yo, mis hijos, y
mis nietos, cualquiera que sea el color de la tez, merecemos el respeto
y las mismas oportunidades que los demás. No fue él quien inventó que
las mujeres tenían derechos igualitarios en la sociedad, pero sí un
promotor de la igualdad de género en el desempeño ciudadano.
Fue el responsable de
un gesto que la humanidad agradece: poner en riesgo la sangre de sus
soldados por la causa noble de contribuir poderosamente a impedir que el
régimen racista del apartheid sudafricano se expandiera sobre Angola.
Fue él, igualmente, quien se merece el reconocimiento por contribuir al
fin del apartheid en Sudáfrica, a la independencia de Namibia y a
defender la independencia de Angola. El día que Fidel muera, las
banderas de esos países africanos deberán reflejar duelo nacional.
¿Fue cruel? Sí. ¿Fue
dictador? Sí. ¿Atropelló el poder público? Sí. ¿Cometió crímenes en
nombre de la revolución, la patria, la soberanía nacional y el
socialismo? Sí. ¿Fue un obstáculo para la prosperidad de los cubanos, el
ejercicio de los derechos humanos de ese pueblo, y la realización de una
democracia plena? Sí. Y, la historia, ¿lo absolverá, como dijo en 1953
que así sería? No. Pero no entremos en más detalles. Honrar honra, y es
preciso que en este artículo más renglones se dediquen a honrar a la
figura más importante de la historia de Cuba, a la única persona en la
historia de ese país con trascendencia mundial. Ámesele, u ódiesele,
merece respeto.
¿Qué pasó, entonces,
el 31 de julio de 2006 cuando, por primera vez, se comprendió que, en
algún momento, habrá una Cuba sin Fidel? El gobierno de Estados Unidos
confesó públicamente su desconocimiento de lo que estaba ocurriendo en
Cuba. Jorge Más Santos, figura clave de la Fundación Nacional Cubano
Americana, una de las más políticas y económicamente poderosas
organizaciones de la diáspora cubana, instó a la población en Cuba a
sublevarse con las armas en la mano. Raúl Castro fracasó en su primera
prueba de fuego como el sucesor de su hermano. En vez de comparecer en
televisión, escoltado por la bandera nacional, una palma real y la foto
de su hermano, para garantizar a sus conciudadanos que la patria se
salvaría, brilló por su ausencia.
Hubo un solo héroe en
ese interludio del verano de 2006: un pueblo que ponderaba su futuro,
honraba, inclusive quienes no lo querían, a su presidente, y demostraba
su preferencia por la paz y una Cuba para los cubanos, no para Miami ni
Washington.
Con Fidel en el
hospital, los sucesos no permiten atisbar la realidad futura de Cuba
sino uno de sus futuros posibles. Fidel designa a quien quiere que
gobierne Cuba: no es George W. Bush, ni tampoco algún cubano que no viva
en Cuba; es su hermano, pero no sólo su hermano, quien ya tiene 75 años,
sino una dirección colegiada que incluye a dos grupos de personas. En el
primero, con responsabilidad ejecutiva, se encuentran los siguientes
miembros del Buró Político del Partido Comunista de Cuba (PCC): José
Ramón Balaguer, Carlos Lage, Esteban Lazo y José Ramón Machado. En el
segundo grupo, con responsabilidades financieras, encontramos de nuevo a
Lage y a Francisco Soberón, y a Felipe Pérez Roque. Con la excepción de
Soberón, presidente del Banco Central, quien asume responsabilidades
financieras importantes en este escenario de sucesión, todos los demás
son designados por sus características políticas, no por sus destrezas
profesionales.
Si bien es cierto que
se transfiere a Balaguer, actual ministro de Salud Pública, la
responsabilidad principal sobre ese tema, no es menos cierto que
Balaguer ha sido principalmente un político y que su especialidad es la
ortodoxia ideológica y el entorno internacional de Cuba. Machado y Lazo
puede que sepan de educación, pero son especialistas, respectivamente,
en la organización interna del partido y el gobierno de las provincias.
Lage, médico por entrenamiento al igual que Balaguer y Machado, es
responsable de los asuntos económicos desde hace 15 años y ahora se
encarga de los temas energéticos. Pérez Roque, líder juvenil del partido
en su juventud, ha sido el canciller. Es decir, a todos, menos a Soberón,
se les ha seleccionado por razones políticas, no por su conocimiento
profesional del asunto que ahora se les asigna.
Ese gobierno colegiado, sin embargo, lo encabeza Raúl Castro. ¿Quién es este hombre poco conocido? En cualquier otro país del mundo, si no hubiera vivido bajo la sombra de su hermano mayor, reconoceríamos que es una figura de grandes logros profesionales. Es Raúl Castro el arquitecto de la institución más eficaz en la historia de Cuba, es decir, las Fuerzas Armadas Revolucionarios (FAR). Fue Raúl Castro quien transformó a un puñado de semianalfabetos en una fuerza profesional, disciplinada, muy bien entrenada, fiel y eficaz, capaz de lograr tres veces en África lo que Estados Unidos no logró en Vietnam, lo que la Unión Soviética no logró en Afganistán: las FAR de Raúl Castro ganaron las tres guerras que pelearon en el continente africano. No hubo ningún otro ejército de país comunista, durante la Guerra Fría, que lograra desplegarse, con éxito, a miles de kilómetros de su patria.
Sin embargo, Raúl
Castro no ha sido un mero "militarote". Fue Raúl, y no Fidel, quien se
dedicó a la cuidadosa y pertinente construcción, núcleo por núcleo, del
PCC, institución civil hermana de las FAR, cuyo buen funcionamiento se
requerirá para gobernar Cuba. Fue Raúl, y no Fidel, quien intentó con
esmero mejorar el mediocre funcionamiento de los ministerios del
gobierno. Fue Raúl, en medio de la grave y desesperante crisis de 1994,
quien rompió públicamente con Fidel y abogó por la liberalización de los
mercados agrícolas porque, como claramente indicó en aquel momento en su
calidad de ministro de las FAR, la principal amenaza a la seguridad
nacional de Cuba era la incapacidad en aquella coyuntura de alimentar al
pueblo.
Raúl Castro conoce,
por lo tanto, personalmente y de cara a cara, a toda la plana mayor de
las fuerzas armadas, del Comité Central del partido y de la burocracia
gubernamental; es decir, las mil personas, más o menos, que son miembros
de la élite cubana con poder de influir en esta primera transferencia de
mando después de Fidel. Es la suma de sus logros profesionales, su
capacidad de trazar y ejecutar una estrategia, su reputación de ser
alguien que logra lo que se propone y su participación en las redes de
poder en Cuba, lo que constituye las bases políticas para encabezar esta
sucesión presidencial.
Raúl Castro también
ha sido innovador. A principios de la década de 1990 supo hacer frente a
la crisis que golpeó a la Cuba comunista por el derrumbe de la Unión
Soviética: redujo el personal de las fuerzas armadas, reorganizó su
forma de actuar y redujo su presupuesto. La reducción del peso de las
fuerzas armadas sobre la economía y la sociedad cubana no es un tema
importante de la agenda del futuro, es ya un logro de Raúl Castro. En
ese tiempo, también desarrolló las empresas militares para lograr que
las fuerzas armadas fueran económica y productivamente autosuficientes.
Y desarrolló empresas para promover y servir al turismo que emplean a
los jubilados de las fuerzas armadas y generan fondos para su dueño, es
decir, el Estado cubano.
Raúl Castro es, sin
embargo, un pésimo político en la palestra pública. No sabe siquiera
cómo leer un discurso. Su estilo es aburrido o chillón, pero nunca
convincente. Reconoce no ser una figura pública, sino el engendro de un
régimen. Quizás por eso evitó comparecer en público durante tanto tiempo
después de recibir la delegación de poderes de su hermano el 31 de julio
pasado.
¿Cómo gobernar a una
Cuba que no le conoce, a una Cuba que nunca le otorgará el galardón de
líder carismático? Prosperidad. Cuando Raúl Castro ha visitado China, ha
dedicado gran tiempo a intentar comprender cómo se explica y se produce
el auge de esa economía. Crecimiento, crecimiento y crecimiento de la
economía, son sus tres principales conclusiones para diseñar la
estrategia para su posible futura presidencia, por derecho propio y, por
supuesto, para retener, como en China y Vietnam, un sistema
unipartidista bajo la égida de un partido comunista. En esta hipótesis,
un Raúl Castro presidente cambiará los elementos fundamentales de la
política macroeconómica en Cuba, rumbo a una rápida aproximación a una
economía de mercado, pero retendrá las estructuras políticas que impidan
un tránsito del régimen político a una democracia pluralista y
representativa en que se respeten los derechos humanos.
Sus "aliados"
incluirán aquellos en la diáspora cubana quienes, al exigir la lucha
armada, alentarán a la gran mayoría cubana a rechazar una opción
sangrienta. Un gobierno estadounidense, tan torpe como el actual, será
también su aliado. Señalemos algunos ejemplos de esa torpeza. En el
informe de gobierno de Estados Unidos publicado, precisamente, en julio
de 2006, días antes de la delegación de mando de Fidel a Raúl, que prevé
la asistencia que el gobierno brindaría a Cuba en el futuro, se menciona
una asistencia para impedir las enfermedades infecciosas, sin darse
cuenta de que el sistema de salud cubano puede brindar mejor tales
lecciones al estadounidense. Más asombroso es que Estados Unidos propone
asistir a Cuba para hacer frente a los desastres naturales, sin tener en
cuenta que Cuba es el país más eficaz del Caribe y del Golfo de México
para enfrentarse con las depredaciones de los huracanes -- a diferencia
del comportamiento de la administración Bush cuando el huracán Katrina
destruyó Nueva Orleáns en 2005 -- . La diáspora cubana y el gobierno de
Estados Unidos podrán desempeñar, en un futuro democrático de Cuba, un
papel útil e importante, pero por el momento, entre el extremismo y la
torpeza, contribuyen a postergar el momento de esa transición, generando
más miedo de Estados Unidos que esperanza en la población cubana.
Así pues, resulta
factible considerar que Raúl Castro puede llegar a ser presidente, no
por encargo de su hermano sino por sus propias capacidades. Será una
presidencia que evite la transición política pero, al promover la
transición económica, aumentará las probabilidades de una eventual
apertura política.
*
Jorge I. Domínguez es profesor de la cátedra Antonio Madero Professor of
Mexican Politics and Economics, y vicerrector para los asuntos
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