Todo imperio perecerá

Emilio Campmany

¿Y si Ferguson acertara y los americanos estuvieran a punto de retirarse a su hemisferio porque se hubieran hartado de gastar dinero y vidas en proteger a gente tan desagradecida como nosotros?

 

El historiador Niall Ferguson ha publicado en el último número de Foreign Affairs un provocador artículo llamado Complejidad y colapso. En él dice que en Occidente sabemos que, como diría Duroselle, todo imperio perecerá. Los Estados Unidos no serán una excepción. Pero, en Europa, gracias a los historiadores, creemos que, como siempre, su desaparición estará precedida de un largo período de decadencia. Sin embargo, Ferguson sostiene que los imperios desaparecen con brusquedad y sin previo aviso. Son los historiadores los que, a toro pasado, explican ese colapso con evidencias que descubren en los años anteriores a la caída. Pero,lo cierto es que los contemporáneos no perciben esos signos que anuncian con tanta antelación el fin.

Si no, véase el caso de la Unión Soviética. Nadie decía a finales de los ochenta del siglo pasado que la URSS estuviera a punto de venirse y abajo y, sin embargo, eso es precisamente lo que hizo entre 1989 y 1991. Ocurre lo mismo con el imperio británico. En 1945, tras vencer en dos guerras mundiales, nadie hubiera pronosticado su acelerada descomposición. La crisis de Suez de 1956 hizo patente un hecho desconcertante para los británicos: ya no había imperio. 

Cabe la posibilidad de que el norteamericano esté a pocos años de venirse abajo. La crisis económica amenaza con obligar a imponer drásticos recortes en los gastos de defensa. Eso unido a las anunciadas retiradas de Irak y de Afganistán animan a los enemigos de Occidente a resistir. La cada vez menor resolución de los americanos en derrotarlos incrementa la de ellos en aguantar. Es el círculo vicioso que conduce inexorablemente a la derrota. Irán es un vivo ejemplo.

En Europa, llevamos desde 1947 confiando en que los Estados Unidos nos sacarán las castañas del fuego siempre que haga falta. Creemos que nos basta conservarnos como un ávido mercado para sus productos para que ellos consuman vidas y hacienda en defendernos de nuestros enemigos. Conforme pasa el tiempo, esa disposición va siendo cada vez más débil. Mientras Alemania decide depender energéticamente de Rusia, Francia cede a chantajes terroristas, Gran Bretaña abre una investigación sobre la Guerra de Irak para lavar su conciencia por no haberse quedado en casa como el resto de europeos, y nosotros, los españoles, para ser la guinda del pastel, nos inventamos una Alianza de Civilizaciones a ver si, inclinando la cabeza y mostrándonos sumisos, nuestros enemigos nos perdonan la vida.

Hasta hoy nos hemos podido permitir estas frivolidades y otras porque ahí están los Estados Unidos para defendernos. Pero ¿y si Ferguson acertara y los americanos estuvieran a punto de retirarse a su hemisferio porque se hubieran hartado de gastar dinero y vidas en proteger a gente tan desagradecida como nosotros? ¿Qué posibilidades reales tenemos de sobrevivir a la crisis interna que desataría una cadena de atentados islamistas? ¿O a la creada porque Rusia, Argelia o los países árabes corten el suministro de gas y petróleo? Los europeos debiéramos irnos preparando para en un futuro no tan lejano ser capaces de defendernos con nuestros medios. Si no lo hacemos y al fin caemos, los historiadores del futuro se hartarán de descubrir muestras de decadencia en nuestras sociedades. Una de las más risibles y obvias será la de la Alianza de Civilizaciones. Pero no nos engañemos. La decadencia no la verán en que a Zapatero se le ocurriera semejante excentricidad, sino en que los españoles la apoyaran.