Volver a Ser Nación:

Ese es el Problema

 

Por: Alberto Luzárraga

 

 

 

Cambio en puerta. Como encarar el pasado terrible que nos lega Castro se analiza desde muchos ángulos, jurídico, económico, social, justiciero, político, sanitario, electoral y muchos más que sería muy largo enumerar. Todo es válido, pero no vamos a prosperar gran cosa en echar el país adelante si no nos avocamos todos a procurar de nuevo ser nación.

¿Cómo dice? ¿Es que no lo somos? Pues no, solamente lo somos a medias.

Nación se define como un conjunto humano que comparte un territorio geográfico, un idioma, una historia y unas tradiciones comunes. Analicemos. Primero, lo más fácil de resolver.

Territorio: Estamos dispersos por todo el planeta en número equivalente al 20% de la población. Esto puede remediarse pero llevará mucho tiempo y será parcial. Muchos cubanos por razones familiares o económicas no volverán o lo harán como visitantes. Muchos se han naturalizado en otros países, otros son hijos de cubanos y nunca han visto la patria de sus mayores ¿Tendrán doble ciudadanía y voto como hoy se estila? Asunto a decidir que de resolverse afirmativamente crearía lazos de nacionalidad y una ventaja importante para el país. En un mundo cada vez más pequeño tener representantes en muchas partes es una ventaja.

Idioma: El idioma, aún lo tenemos aunque con sintaxis y préstamos varios. El spanglish es un hecho y aun peor es común la sintaxis inglesa aplicada al español que produce algo que se parece al español pero que no lo es. Y en Cuba existe también un deterioro del idioma que hay que corregir. Un problema manejable del que se puede sacar ventaja si se enfoca como oportunidad para unir.

El problema serio reside en la historia y las tradiciones. Castro, siguiendo el modelo marxista del ‘hombre nuevo’ se dedicó a destrozar y revisar no sólo la historia de nuestro país sino también sus tradiciones familiares y personales. El resultado fue una Cuba de pesadilla fraguada en el molde de una mente enferma.

Sólo así se entiende la crueldad y rabia mostradas a lo largo de los años por gentes que no parecen cubanos, pues defectos tendremos pero rabiosos y enconados no hemos sido a lo largo de nuestra historia.

Se me dirá que enseñar la verdadera historia es labor de educación. Es cierto, pero hay dos vertientes. La fácil o sea la nueva generación que está harta de mentiras y deseosa de aprender, y la difícil o sea aquélla de los que creyeron todo o creyeron a medias.

Casi 50 años de mentiras dejan un sedimento profundo. Aún en los que han llegado a conclusiones contrarias al régimen se observan a ratos rezagos de lo que les inculcaron de niños. Es normal, no puede ser de otra forma, somos humanos.

¿Qué hacer pues? ¿Educación de adultos, conferencias, documentales informativos, testimonios de víctimas, etc.?

Todo ayuda, pero hace falta algo más que no se enseña sino se siente, y que en realidad es la llave de una Cuba futura pujante y esperanzada.

Se resume en una simple pregunta: ¿Quiere o no quiere usted pertenecer a una nación Cubana? La inmensa mayoría dirá que sí pero para ser sincero debe usted preguntarse que es ser cubano. No es solamente haber nacido en Cuba o ser hijo de cubanos, no es pertenecer a tales o cuales organizaciones con el gentilicio cubano en su razón social. Es pensar en cubano, actuar en cubano y querer lo mejor para Cuba en cubano.

Eso ha faltado por cincuenta años y no se lo puedo explicar con exactitud. Tiene que descubrirlo usted compatriota exiliado o reprimido. Pero le doy una pista: es tener orgullo de su nacionalidad en cuanto a su historia, entendiéndola con razón y mesura pues perfecta no es ninguna nación. Es tener orgullo de las relaciones que existen entre sus ciudadanos y con los demás. Orgullo de una forma de comportarse. Orgullo de ser laborioso, confiable, emprendedor, inventivo, honrado, responsable con su familia, acogedor y simpático. Si esos valores cubanos tradicionales (hay más pero me conformo con esos) le cuadran, los logra usted, y todos concordamos en que son esenciales, será usted un miembro de una nación digna de admiración, donde se pueda convivir a gusto. Pero si sólo vamos a ver que nos toca, como sea pero que sea ya, ‘ahora que mejoró la cosa’ entiendo la reacción pero la lamento, porque les vaticino que entonces el camino será largo y laborioso, hasta que entendamos que ser persona decente es un buen negocio para nosotros y para nuestros hijos.

Y eso es una nación próspera: un conjunto de personas decentes. Para que exista hay que esforzarse en serlo.